Hacía tiempo que no olía el verano, hasta el viento había olvidado cómo soplarlo. El viento soplaba tanto.
No dije nada, no dijiste nada.
¿Para qué?
Con el tiempo y abrazados de la vida habíamos aprendido a hablar con los ojos, y a leerlos.
De las pocas cosas que teníamos, nuestras de verdad, eran las letras.
Nuestras tazas, tu ventana, mis horas.
No dijimos nada.
¿Para qué?
Si tus ojos me pedían unas horas más,
¿Para qué?
Si sabías, más que nadie, como hacerme saber,
No dijimos nada.
¿Para qué?
Si mis ojos te decían que habían sido los mejores días,
¿Para qué?
Si sabías que justamente esa era la razón,
Nos prometimos soñarnos, no sabías mentir, nunca pudiste. Igual te creí, siempre.
Igual me creíste.
Nos prometimos no llorarnos, no sabía mentir, nunca pude. No me creiste, siempre.
Y un paso y dos, ésos sí los conté, como a los colores de tus ojos, como a las flores con las que te enamoraba.
Las gotas no las contaba, el día también lloró.
Según la Luna, noches eternas después, lloraste más que yo.
"Igual no dejaste de verme." escribiste un día, tenías razón.
Hubiera respondido, si no hubieras pedido que no.