Serenata

Los amaneceres son más lindos de lo que recordaba, en los amaneceres no se trata solo de los colores.
Las plazas estaban todas vacías, un par de aves, un par de gatos. El aire nuevo, aire rico y dulce,
tu aire favorito.

No faltaba mucho para el verano, para llenarnos las manos de arena y hablarnos a través del mar. No sé qué sería de mi si no me hubieras enseñado. Otra tarde inolvidable:

-¿Quién habrá pensado en el celeste?

Tus ojos parecian hechos de cielo, parecía que podían leerlo y conocerlo.

-Digo, el cielo podría haber sido verde...

Sonreí.

-Si el cielo fuera verde...

-¿Ves?! Tu sonrisa es celeste...

Las cosas no eran tan simples, a vos te habían pintado del color del verano, a mi siempre me volvían a pintar de blanco.

Los primeros autos apurados, sonidos de pasos, celulares, gente gritando.
Gente con la cabeza hecha de engranajes y agujas de reloj.
Siempre los odiaste.

En la semana de flores me contó por qué se llamaba así.
Se sentó en la cama y no dijo nada,
yo tampoco.
En la ventana ya amanecía otra vez.
Todavía no dijimos nada.

Vos me habías soñado un sueño y yo no podía comprenderlo,
aquella misma tarde me regalaste un lápiz sin punta, tenías un bolso en la mano izquierda.

Paré y me miré en un vidrio de una tienda.
Adentro, un niño le señalaba una mochila a su madre. Me miré otra vez.
Sería mucho más fácil si no tuviera que esperar hasta tus treinta.